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Alberto Moronta: a todo color

Han pasado más de tres meses desde que el director del Hospital Antonio Luaces Iraola supiera que Invasor lo quería en sus páginas con la calma de quien conversa fuera de oficina, de consulta, de cargos, de preguntas y respuestas… Finalmente sucede un día a las 6:00 de la tarde. A esa hora Alberto Moronta Enrique tiene la palabra y la maneja tan bien que duele quitársela o editarla. Si su entrevista fuera transcrita, ni una coma iba a estorbarle.

Sólo al final y después de una broma, le he preguntado al doctor si padece de algo, porque hace una hora vengo “auscultándolo” con la clínica del periodista que le pregunta hasta cuánto mide, sin que sepa luego qué hacer con el dato de 1.83 metros.

Los periodistas, a veces, exploramos así; una trivial y una incómoda; una intencionada y una de rutina… Es el modo de aliviar el drama, de hacer reposar las conversaciones para que nos duren, mientras disfrutamos y preparamos otro “pinchazo”.

Pero no me funciona con Alberto. No parece incomodarle nada, ninguna interrogante lo hace pensar demasiado o dudar, y uno comienza a creer que al cuestionario le falta el carácter que a él le sobra. Es inmune a las provocaciones y, mientras no lo entienda, estaré bordeándolo con sorna y por gusto.

Que era alto ya lo sabía, ¿pero daltónico? Ahí hay una historia —me digo— y dos minutos después estaré desechándola, porque si Alberto hubiese podido definir colores y no hubiera sido “un peligro” en los salones, sería hoy cirujano. Sin embargo, el defecto en su visión solo habría cambiado al destino, en apariencias o ¿desde qué especialidad se dirige mejor un Hospital? ¿Qué le hace más falta al Iraola, un nefrólogo o un cirujano; en qué hubiera brillado más?

Como sea, Alberto hubiera sobresalido, entre presidencia de la FEU, título de Oro, especialidad brillante, disposiciones, subdirección. De todos modos lo hubiesen puesto delante de la pregunta-sentencia, “prepárate para que asumas”, aunque no concuerde en cómo se manejaron algunas decisiones, luego del foco intrahospitalario de aquel septiembre de 2020 que terminaría removiendo cargos. Entonces vino el de él. Oficialmente en diciembre.

Pronto hará un año; año fatídico, aunque él no emplee la palabra y se detenga en el pico pandémico, casi por obligación de la pregunta.

—Nadie se prepara para eso, y menos si se tienen 30 años. ¿Pensaste que no podías, crees que lo hiciste bien?

—Fue muy difícil, la COVID-19 tuvo un crecimiento acelerado que superó nuestra capacidad de respuesta y, al mismo tiempo, la capacidad de respuesta del organismo de los pacientes que llegaban tarde a nuestro servicio y fallecían sin que prácticamente pudiéramos hacer nada. Llegó un momento, entonces, que cuando asistían no teníamos posibilidad de atenderlos y el cuerpo de guardia se volvió imposible con las aglomeraciones. No teníamos cómo tratarlos a todos. Fue muy triste. Hice todo lo que pude, fueron días de desvelo.

“Aprendimos, de la peor manera, a diseñar una respuesta temprana y cuando el sistema se organizó, se demostró. Pero hizo falta ayuda, apoyo de otras provincias, yo solo no podía, este Hospital solo no podía. Había decisiones que no podía tomar, que estaban por encima de mi cargo; del mismo modo que en su momento no entendí algunas que otros tomaron. Ante las indicaciones siempre he preferido tener la libertad para definir de qué modo cumplo con ellas”.

—Cuando uno veía la cantidad de muertes —los rumores, sobre todo—, se cuestionaba hasta qué punto las cosas se hacían bien o mal en el Hospital. ¿Cómo lidiaste con las cifras de muertes y cómo se manejaron finalmente esas cifras?

—Son historias que nunca podré olvidar. Hubo un fin de semana, por ejemplo, que tuvimos 32 muertes en el hospital, la mayoría por COVID-19, y fueron cifras que no se manejaron públicamente, al no tener la confirmación de un PCR.

“Al principio sí lo informábamos así, como muertes por COVID-19, a partir de la clínica que veíamos o del resultado de un test rápido, pero luego desde el Ministerio se nos indicó que no, porque aunque la positividad entre los test de Roche y el PCR era muy alta, no podíamos asumir que todos los test rápidos fueran luego positivos al PCR y resultaran, por tanto, muertes por la enfermedad”.

—Muy complejo eso, porque muchos resultados de PCR se perdían, y a muchos la vida no les alcanzó para llegar a hacérselo o esperar resultados.

—Lo sé, por eso el manejo fue muy difícil y hubo diferentes criterios… Si te das cuenta, Durán hablaba de confirmados con PCR, confirmados en los laboratorios… Informar las muertes que no tuvieron PCR hubiera variado las estadísticas oficiales. Lo que sí se hizo fue admitir como muertes por COVID-19 los que, una vez confirmados con PCR, fallecían estando ya negativos al virus, pero fallecían por complicaciones atribuibles a la COVID-19.

—Las condiciones del Hospital también conspiraron; pocas camas, poco oxígeno…

—Sí, realmente uno no podía entender que una inversión multimillonaria como la que se está llevando a cabo en este Hospital hace años no contemplara, por ejemplo, el incremento de camas. Eso, por suerte, logramos cambiarlo. Le presentamos la propuesta a Tapia, cuando vino, nos dio luz verde y cambiamos el proyecto.

“Ahora podremos duplicar las camas de intensiva, que hoy son sólo ocho camas, muy pocas. Tendremos unas 170 camas para Pediatría y funcionará independiente, como un pediátrico dentro del Hospital, con otro acceso de entrada, todo separado… Aumentaremos intermedia, y así se readecuarán varios servicios, a partir del incremento de las áreas. Pero en las condiciones actuales fue muy muy difícil lidiar con una pandemia y un hospital pequeño y deteriorado”.

“Aquí hay que ‘apagar fuego’ todos los días y prácticamente tenemos ocho obreros de mantenimiento; y amaneces lo mismo con una tupición enorme en el salón de operaciones, que con las calderas y los elevadores rotos. Así se hace muy difícil poder funcionar bien”.

—¿Eso ha sido lo más complejo para ti, la infraestructura? ¿O lidiar con las personas? ¿Sientes que te quieren o crees que hay detractores que sólo te obedecen por disciplina?

—Todo se hace complejo, porque todavía tenemos incompleto el personal de enfermería y mientras esté así resulta complicado hablar de calidad en el servicio. Y, al mismo tiempo, dirigir a personas que tienen mayor experiencia o diferentes criterios… es también un reto. Pero pienso que la mayoría me quiere y me apoya, y eso lo viví en la pandemia, donde se sumó gente que no pensé que me apoyara tanto.

“Sin embargo, podría decirte que no estoy de acuerdo con la actual estructura de dirección, en la que solo están aprobados cuatro subdirectores. El de Asistencia Médica, que incluye todo lo clínico y quirúrgico; el subdirector del Programa Materno Infantil, el de Aseguramiento Médico y el Administrativo. Imagina que sólo el de Asistencia tiene que estar al tanto de la Medicina interna, la Neurología, la Pediatría, Neumología, Cardiología, Intensiva, Nefrología… es demasiado. Si todos hicieran su pequeña parte, fuera más fácil, pero no siempre es así. Y he tenido que tomar decisiones difíciles”.

—¿Cómo cuáles?

—Ahí es cuando aparecen los detractores, personas que están acostumbradas a hacer las cosas de la misma manera o a actuar en función de su sala, de su pedacito, y no entienden algunas decisiones en función de la mayoría, como puede ser el traslado de un laboratorio o el cambio en la rutina de una sala.

—¿Son tus días tan convulsos o el sosiego llega con el tiempo?

—Bueno, jajajaja. No recuerdo un domingo sin hacer algo relacionado con el Hospital. Hay días que me voy a las 6:00 de la tarde y ya a las 10:00 tengo que regresar. Y hay días como hoy, en que me lo he pasado reunido, y a las 8.00 de la noche tengo que evaluar una materna crítica. Realmente no he podido en este año encontrar mucho espacio. Llego todos los días antes de las 8:00 de la mañana y el tiempo no me alcanza. Quizás para el próximo año… pero este ha sido tremendo. Nunca imaginé algo así. Ni en vacaciones he podido pensar.

—Ni en planes futuros, supongo.

—Yo no tenía planeado dirigir. De hecho me estaba preparando para una misión en Honduras, y luego pensaron en Belice. Cuando pienso en el futuro, no imagino si estaré en el hospital o fuera de él. Pienso en cosas tan simples como tres días de descanso con mi esposa y mi niño.

“Hubo unos días en que estuve tan atareado que llegaba y estaba dormido, y tenía que irme antes de que se levantara. Al final pasaron cuatro días sin que pudiera verme y tiene sólo dos años. No entiende la ausencia”.

Incluso las palabras que pudieran dibujarle el pesar en el rostro a Alberto, terminan acomodadas en su cadencia sin que parezcan dolerles. Rápido habla de que el niño está acabando y sonríe, o de que su esposa lo ha apoyado con lágrimas en los ojos.

Curiosamente, desde su daltonismo puede ver todos los colores de la vida, aunque muchos lo vean a él sólo de bata blanca.

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