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Depresión: la tristeza no siempre se ve

A cada rato el suicidio de una celebridad vuelve a poner sobre la mesa el grave problema de salud que es la depresión.

Que este día te traiga descanso y paz”, fueron las palabras que acompañaron la última foto publicada en la cuenta de Instagram de Cheslie Kryst, quien fuera Miss USA 2019, tan solo unas horas antes de su fallecimiento, aparentemente por suicidio.

Los medios de prensa se cebaron con la noticia y, entre tanto titular, salió a flote una posible causa. La madre de la joven abogada, modelo y bloguera lo dijo de esta manera: “En su vida íntima enfrentaba una depresión de alto funcionamiento que le escondió a todos, incluso a mí, su confidente más cercana, hasta muy poco antes de su muerte”.

Sí, la depresión también luce así. Una mujer exitosa en su vida profesional y pública que, sin embargo, se derrumbaba en silencio en la intimidad. Otro ejemplo de que no todo lo que las personas muestran en las redes sociales es la realidad. La tristeza no siempre se ve.

Acostumbrados a visualizar la depresión como un estado mental caracterizado por un bajo estado de ánimo y sentimientos de tristeza, muchas veces pasamos de largo ante personas que se muestran “normales”. En ese sentido, la depresión de alta funcionalidad o distimia permite que los individuos cumplan sus rutinas sin mayores contratiempos, pero detrás hay altas dosis de desmotivación, desilusión y abatimiento.

Según la bibliografía especializada, el trastorno depresivo persistente (PDD, en inglés) es un tipo crónico de depresión en el cual los estados de ánimo de una persona están regularmente bajos y puede derivar en un episodio mayor. Las causas son múltiples, pero hay consenso en identificar un patrón hereditario y hasta de género. Así, como tendencia, las mujeres sufrirían más de este trastorno.

El órgano rector de la salud a nivel mundial considera que esta enfermedad “es el resultado de interacciones complejas entre factores sociales, psicológicos y biológicos. Quienes han pasado por circunstancias vitales adversas (desempleo, luto, eventos traumáticos) tienen más probabilidades de sufrirla”.

Los síntomas más comunes son el sentimiento persistente de tristeza, ansiedad, desesperanza y pesimismo; irritabilidad e inquietud; pérdida de confianza en uno mismo; pérdida de interés en las actividades realizadas comúnmente y la capacidad de disfrutar; cansancio exagerado y falta de energía; insomnio y disminución de la capacidad para concentrarse. Muchas veces puede llevar hasta al suicidio, y aparecer en cualquier persona, con independencia de la edad, el género, el color de la piel, el estatus social. Nunca es signo de debilidad.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 264 millones de personas en todo el orbe sufren de depresión, por lo que se considera un problema sanitario grave. Tanto así que el Plan de Acción sobre Salud Mental 2013-2030 del organismo establece las etapas requeridas para ofrecer intervenciones adecuadas a las personas con trastornos mentales, en particular con depresión.

Para los casos moderados y graves existen tratamientos psicológicos y farmacéuticos, pero el acceso está mediado por las relaciones económicas que rigen en cada país. En los estados de ingresos bajos y medianos los servicios de asistencia y tratamiento suelen ser deficientes o inexistentes, al punto que se estima entre un 76 y un 85 por ciento las personas sin tratamiento.

El otro gran problema aparejado a la depresión es la conducta suicida. La propia OMS alerta que cada año se suicidan más de 700 000 personas, siendo la cuarta causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años. Para Cuba representa la décima causa de muerte en el cuadro de la mortalidad general y la tercera en el grupo de 10 a 19 años, “a pesar de los múltiples esfuerzos mediante el Programa Nacional de Prevención y Atención a la Conducta Suicida, implementado desde 1989 por el Ministerio de Salud Pública (Minsap)”, detalla una nota de prensa publicada en el portal web del Minsap.

En Ciego de Ávila la Tasa de Mortalidad por Lesiones Autoinfligidas Intencionalmente (suicidio) es de 8.4 por cada 100 000 habitantes, según el Anuario Estadístico de Salud, Edición 2019-2020. Entre esos dos años, fallecieron 110 avileños por esta causa. ¿Cuántos sufrirían de depresión?

La epidemia de COVID-19, por su parte, ha puesto en evidencia el impacto de la depresión, luego de que la humanidad debió someterse a largos períodos de aislamiento social y estrés continuo por el acecho del virus. Especialmente el personal sanitario vivió, y vive aún, tiempos de trabajo excesivo, agotamiento, dilemas éticos y temores.

Las cifras que sacó a la luz la pandemia en España, por ejemplo, motivaron, incluso, nuevas políticas gubernamentales. El presidente español Pedro Sánchez, en noviembre del pasado año, anunció el Plan de Acción Salud Mental y COVID-19, que incluye visibilizar los problemas de salud mental y reducir el estigma que sufren las personas con estos trastornos.

“Este es el momento del reconocimiento de nuestras fragilidades, de tender una mano llena de opciones a esas personas que se sienten solas y aisladas cuando un problema de salud mental aparece y no saben a quiénes acudir. Queremos que su reacción sea pedir ayuda a profesionales, instituciones y sectores que se hagan cargo mediante un abordaje integral, que faciliten una red que sostenga el cuidado y garanticen el derecho de las personas a una atención coherente y debidamente articulada”, publicó.

Un informe de la Organización Panamericana de la Salud reveló recientemente que “entre el 14,7 y 22 por ciento del personal de salud entrevistado en 2020 presentó síntomas que permitían sospechar un episodio depresivo, mientras que entre un cinco y 15 por ciento del personal dijo que pensó en suicidarse”. El estudio también da cuenta que en algunos países solo recibieron atención psicológica cerca de un tercio de quienes dijeron necesitarla.

Las investigaciones citadas coinciden en que para afrontar esta enfermedad es necesario cuidar la mente y el cuerpo. Resulta vital que las personas aprendan a reconocer el estrés laboral y los riesgos asociados, identificar factores de riesgo y protección, detectar signos de alarma de problemas de salud mental e incorporar estrategias de autocuidado para lograr hábitos saludables. En ese propósito es fundamental crear redes familiares y de amigos que sepan escuchar y colaboren trasmitiendo serenidad, confianza y “buena vibra”.

 

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