La pandemia de COVID-19 ha desencadenado una crisis mundial sin precedentes, tanto por su alcance como por la desigualdad de sus consecuencias.
En tan solo un año, ha echado por tierra numerosos avances en materia de desarrollo para la infancia que se consiguieron con mucho esfuerzo, y ha llevado a más hogares a la pobreza. Además, ha puesto de manifiesto (y, en muchos casos, ha acentuado) la brecha que separa a las personas que tienen acceso a servicios esenciales y ayuda de las que no lo tienen.
Siempre recordaremos el año 2020 por la llegada de la COVID-19, así como por los trastornos, la incertidumbre y el dolor que ocasionó en todo el mundo. Aunque los niños parecen ser menos vulnerables al virus de manera directa, el cierre de las escuelas, la mayor exposición al abuso, los problemas de salud mental que han sufrido los progenitores y las familias, el distanciamiento de los amigos y la pérdida de acceso a los servicios esenciales de salud y protección los han perjudicado enormemente. Sin embargo, no todos los niños han sufrido por igual.
La pandemia ha puesto de relieve las profundas desigualdades que existen desde hace demasiado tiempo y que afectan especialmente a los niños de los países y las comunidades más pobres, así como a los que ya estaban en una situación desfavorecida debido a la discriminación, la exclusión social, la fragilidad y el conflicto.
Ver documento completo: La respuesta a la COVID -19. Informe anual de UNICEF 2020